Los seres humanos nacemos sin poder valernos por nosotros mismos. Los potrillos pueden pararse y correr a los pocos minutos de haber nacido. Las tortugas saben instintivamente que deben ir al mar después de romper el cascarón enterrado en la arena. Los salmones nacen de huevecillos y comienzan un ciclo de ir al mar y regresar al río a desovar años después sin siquiera haber conocido a sus padres.
Por el contrario, todo lo necesario para nuestra sobrevivencia forzosamente nos es proporcionado por nuestros padres en el mejor de los casos, o a través de otras personas. Desde que nacemos todos los estímulos que recibimos constituyen una oportunidad de aprender básicamente todo de lo que escuchamos, lo que vemos, lo que sentimos, el lenguaje de los demás, nuestro propio movimiento.
Al cerebro le gusta aprender y entre todas las cosas que le estimulan tiene especial interés en aquellas que le hacen sentir seguro, amado, protegido.
Aprendemos comportamientos de lo que vemos hacer a las personas que son nuestros modelos a seguir. Especialmente personas que representan posiciones de poder para nosotros y con quienes guardamos lazos afectivos.
Por otro lado, algo que evolutivamente traemos en nuestro DNA es la inclinación a darle mucha importancia a pertenecer a un grupo, buscar la aprobación de los demás y guardar cierta sumisión ante un lider. Esto sugiere que en el pasado distante el contradecir a otros o actuar en una forma que no agradara al grupo podía fácilmente comprometer nuestra supervivencia fuera del clan. Por ello era preferible callar opiniones o comportamientos que pudieran incomodar al grupo. Aprendimos a ser complacientes.
Es por esto que algo que aprendemos desde pequeños y que continúa en nuestra etapa adulta es a actuar conforme a la expectativa de los demás.
Esto toma una enorme relevancia cuando se trata no sólo de sobrevivir, sino de prosperar en un mundo competitivo como el actual. Si nuestro entorno es negativo, carente de valores o estímulos para actuar honestamente y aspirar a logros mayores, nuestra inclinación natural a ser complaciente nos hará aprender cómo debemos comportarnos para «encajar» en este entorno negativo y limitante.
Nuestras madres tenían razón al preocuparse por las amistades con las que nos relacionábamos cuando erámos niños. Dime con quién andas y te diré quién eres. El que con lobos anda, a aullar se enseña.
Ahora bien, hoy que somos adultos, sabiendo que todos hemos aprendido estos comportamientos desde pequeños, podemos hacernos concientes acerca de los efectos negativos que nuestro entorno haya propiciado. De esta manera podremos hacer los cambios necesarios y elevar nuestros estándares en cuanto al ambiente en que nos desenvolvemos, la información que recibimos y las personas con quienes nos asociamos, ya que nuestra máquina de aprender, nuestro cerebro, potencializada con nuestra programación de conducirnos conforme a la expectativa que ejerce el grupo, nos hará mejorar en consecuencia nuestros resultados.
Por lo pronto sigamos buscando ya que proverbial es que el que busca… encuentra!
Hasta la próxima.